John 3

El nuevo nacimiento por la fe

1Había un hombre de los fariseos, llamado Nicodemo, principal entre los judíos
1 s. Vino de noche: La sinceridad con que Nicodemo habla al Señor y la defensa que luego hará de Él ante los prepotentes fariseos (7, 50 ss.) no menos que su piedad por sepultar al divino Ajusticiado (19, 39 ss.) cuando su descrédito y aparente fracaso era total ante el abandono de todos sus discípulos y cuando ni siquiera estaba Él vivo para agradecérselo, nos muestran la rectitud y el valor de Nicodemo; por donde vemos que al ir de noche, para no exponerse a las iras de la Sinagoga, no le guía el miedo cobarde, como al discípulo que se avergüenza de Jesús (Mt. 10, 33) o se escandaliza de Él (Mt. 11, 6; 13, 21), sino la prudencia de quien no siendo aún discípulo de Jesús —pues ignoraba su doctrina—, pero reconociendo el sello de verdad que hay en sus palabras (7, 17) y en sus hechos extraordinarios, y no vacilando en buscar a ese revolucionario, pese a su tremenda actitud contra la Sinagoga, en que Nicodemo era alto jefe (v. 10), trata sabiamente de evitar el inútil escándalo de sus colegas endurecidos por la soberbia, los cuales, por supuesto, le habrían obstaculizado su propósito. Igual prudencia usaban los cristianos ocultos en las catacumbas, y todos hemos de recoger la prevención, porque el discípulo de Cristo tiene el anuncio de que será perseguido (Lc. 6, 22; Jn. 15, 18 ss.; 16, 1 ss.) y Jesús, el gran Maestro de la rectitud, es quien nos enseña también esa prudencia de la serpiente (Mt. 10, 16 ss.) para que no nos pongamos indiscretamente —o quizá por ostentosa vanidad— a merced de enemigos que más que nuestros lo son del Evangelio. Muchos discípulos del Señor han tenido y tendrán aún que usar de esa prudencia (cf. Hch. 7, 52; 17, 6) en tiempos de persecución y de apostasía como los que están profetizados (2 Ts. 2, 3 ss.) y Dios no enseña a desafiar el peligro por orgulloso estoicismo ni por dar “perlas a los cerdos” (Mt. 7, 6); antes bien, su suavísima doctrina paternal nos revela que la vida de sus amigos le es muy preciosa (Sal. 115, 15 y nota). Lo dicho no impide, claro está, pensar que la doctrina dada aquí por Jesús a Nicodemo preparó admirablemente su espíritu para esa ejemplar actuación que tuvo después.
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2Vino de noche a encontrarle y le dijo: “Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro, porque nadie puede hacer los milagros que Tú haces, si Dios no está con él”. 3Jesús le respondió: “En verdad, en verdad, te digo, si uno no nace de lo alto, no puede ver el reino de Dios”
3. Nace de lo alto: ¿No es cosa admirable que la Serpiente envidiosa contemple hoy, como castigo, que se ha cumplido en verdad, por obra del Redentor divino, esa divinización del hombre, que fue precisamente lo que ella propuso a Eva, creyendo que mentía, para llevarla a la soberbia emulación del Creador? He aquí que —¡oh abismo!— la bondad sin límites del divino Padre, halló el modo de hacer que aquel deseo insensato llegase a ser realidad. Y no ya solo como castigo a la mentira del tentador, ni solo como respuesta a aquella ambición de divinidad (que ojalá fuese más frecuente ahora que es posible, y lícita, y santa). No: Cierto que Satanás quedó confundido, y que la ambición de Eva se realizará en los que formamos la Iglesia; pero la gloria de esa iniciativa no será de ellos, sino de aquel Padre inmenso, porque Él ya lo tenía así pensado desde toda la eternidad, según nos lo revela San Pablo en el asombroso capítulo primero de los Efesios. Cf. 1, 13; 1 Pe. 1, 23.
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4Nicodemo le dijo: “¿Cómo puede nacer un hombre, siendo viejo? ¿Puede acaso entrar en el seno de su madre y nacer de nuevo?” 5Jesús le respondió: “En verdad, en verdad, te digo, si uno no nace del agua y del espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos
5. Alude al Bautismo, en que se realiza este nacimiento de lo alto. No hemos de renacer solamente del agua, sino también del Espíritu Santo (Conc. Trid. Ses. 6, c. 4; Denz. 796 s.). El término espíritu indica una creación sobrenatural, obra del Espíritu divino. S. Pablo nos enseña que el hombre se renueva mediante el conocimiento espiritual de Cristo (Ef. 4, 23 ss.; Col. 3, 10; Ga. 5, 16). Este conocimiento renovador se adquiere escuchando a Jesús, pues Él nos dice que sus palabras son espíritu y vida (6, 64).
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6Lo nacido de la carne, es carne; y lo nacido del espíritu, es espíritu. 7No te admires de que te haya dicho: “Os es necesario nacer de lo alto”. 8El viento sopla donde quiere; tú oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene, ni adónde va. Así acontece con todo aquel que ha nacido del espíritu”
8. Viento y espíritu son en griego la misma palabra (pneuma). Jesús quiere decir: la carne no puede nacer de nuevo (v. 4) y así el hombre carnal tampoco lo puede (cf. v. 6; 6, 63; Ga. 5, 17). En cambio el espíritu lo puede todo porque no tiene ningún obstáculo, hace lo que quiere con solo quererlo, pues lo que vale para Dios es el espíritu (4, 23; 6, 29). Por eso es como el viento, que no teniendo los inconvenientes de la materia sólida, no obstante ser invisible e impalpable, es más poderoso que ella, pues la arrastra con su soplo y él conserva su libertad. De ahí que las palabras de Jesús nos hagan libres como el espíritu (8, 31- 32), pues ellas son espíritu y son vida (6, 63), como el viento “que mueve aun las hojas muertas”. Pues Jesús “vino a salvar lo que había perecido” (Lc. 19, 10). Cf. 3, 16.
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9A lo cual Nicodemo le dijo: “¿Cómo puede hacerse esto?” 10Jesús le respondió: “¿Tú eres el doctor de Israel, y no entiendes esto? 11En verdad, en verdad, te digo: nosotros hablamos lo que sabemos, y atestiguamos lo que hemos visto, y vosotros no recibís nuestro testimonio. 12Si cuando os digo las cosas de la tierra, no creéis, ¿cómo creeréis si os digo las cosas del cielo?
12. Cosa de la tierra es el nacer de nuevo (v. 3 y 5), pues ha de operarse en esta vida. Cosas del cielo serán las que Jesús dirá luego acerca de su Padre, a quien solo Él conoce (v. 13; 1, 18).
13Nadie ha subido al cielo, sino Aquel que descendió del cielo, el Hijo del hombre. 14Y como Moisés, en el desierto, levantó la serpiente, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado
14. Véase Nm. 21, 9 y nota. Cf. 12, 32.
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15Para que todo el que cree tenga en Él vida eterna”.

La revelación máxima

16Porque así amó Dios al mundo: hasta dar su Hijo único, para que todo aquel que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna
16. “Este versículo, que encierra la revelación más importante de toda la Biblia, debiera ser lo primero que se diese a conocer a los niños y catecúmenos. Más y mejor que cualquier noción abstracta, él contiene en esencia y síntesis tanto el misterio de la Trinidad cuanto el misterio de la Redención” (Mons. Keppler). Dios nos amó primero (1 Jn. 4, 19), y sin que le hubiésemos dado prueba de nuestro amor. “¡Oh, cuán verdadero es el amor de esta Majestad divina que al amarnos no busca sus propios intereses!” (S. Bernardo). Hasta dar su Hijo único en quien tiene todo su amor que es el Espíritu Santo (Mt. 17, 5), para que vivamos por Él (1 Jn. 4, 9).
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17Porque no envió Dios su Hijo al mundo para juzgar al mundo
17. Para juzgar al mundo: Véase 5, 22 y nota.
, sino para que el mundo por Él sea salvo.
18Quien cree en, Él, no es juzgado, mas quien no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. 19Y este es el juicio: que la luz ha venido al mundo, y los hombres han amado más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas
19. Este es el juicio de discernimiento entre el que es recto y el que tiene doblez. Jesús será para ellos como una piedra de toque (cf. 7, 17; Lc. 2, 34 s.). La terrible sanción contra los que rechazan la luz será abandonarlos a su ceguera (Mc. 4, 12), para que crean a la mentira y se pierdan. S. Pablo nos revela que esto es lo que ocurrirá cuando aparezca el Anticristo (2 Ts. 2, 9- 12). Cf. 5, 43 y nota.
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20Porque todo el que obra mal, odia la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprobadas. 21Al contrario, el que pone en práctica la verdad, viene a la luz, para que se vea que sus obras están hechas en Dios.

Nuevo testimonio del Bautista

22Después de esto fue Jesús con sus discípulos al territorio de Judea y allí se quedó con ellos, y bautizaba. 23Por su parte, Juan bautizaba en Ainón, junto a Salim, donde había muchas aguas, y se le presentaban las gentes y se hacían bautizar
23. Ainón, situada en el valle del Jordán, al sur de la ciudad de Betsán.
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24porque Juan no había sido todavía aprisionado. 25Y algunos discípulos de Juan tuvieron una discusión con un judío a propósito de la purificación. 26Y fueron a Juan, y le dijeron: “Rabí, Aquel que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, mira que también bautiza, y todo el mundo va a Él”. 27Juan les respondió: “No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo. 28Vosotros mismos me sois testigos de que yo he dicho: «No soy yo el Mesías, sino que he sido enviado delante de Él». 29El que tiene la esposa, es el esposo. El amigo del esposo, que está a su lado y le oye, experimenta una gran alegría con la voz del esposo. Esta alegría, que es la mía, está, pues, cumplida
29. Juan se llama “amigo del Esposo” porque pertenece, como Precursor, al Antiguo Testamento y no es todavía miembro de la Iglesia, Esposa de Cristo, que no está fundada aún (véase Mt. 16, 20; Lc. 16, 16 y notas). De ahí lo que Jesús dice del Bautista en Mt. 11, 11 ss. Sobre la humildad de Juan véase Mc. 1, 7.
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30Es necesario que Él crezca y que yo disminuya
30. Como el lucero de la mañana palidece ante el sol, así el Precursor del Señor quiere eclipsarse ante el que es la Sabiduría encarnada. Esta es la lección que nos deja el Bautista a cuantos queremos predicar al Salvador: desaparecer. “¡Ay, cuando digan bien de vosotros!” (Lc. 6, 26). Cf. 5, 44; 21, 15 y nota; Jn. 1, 7.
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31El que viene de lo alto, está por encima de todos. Quien viene de la tierra, es terrenal y habla de lo terrenal. Aquel que viene del cielo está por encima de todos. 32Lo que ha visto y oído, eso testifica, ¡y nadie admite su testimonio! 33Pero el que acepta su testimonio ha reconocido auténticamente que Dios es veraz. 34Aquel a quien Dios envió dice las palabras de Dios; porque Él no da con medida el Espíritu. 35El Padre ama al Hijo y le ha entregado pleno poder. 36Quien cree al Hijo tiene vida eterna; quien no quiere creer al Hijo no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él”
36. Vemos aquí el gran pecado contra la fe, de que tanto habla Jesús. Cf. 16, 9 y nota.
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